Saturday, September 20, 2008

Del Potro: Las ovaciones que le faltaban

Del Potro: Las ovaciones que le faltaban

Esa ovación del final, esas ovaciones de toda la tarde, eran lo único que le faltaban a su actualidad, que a esta altura ya parece salida del mejor guión de la mejor película. Cuando levantó los dos brazos rumbo al cielo, cuando apretó los puños más fuerte que nunca, cuando cerró los ojos y los abrió a la velocidad de un rayo para convencerse de que no se encontraba inmerso en un sueño de chiquilín, el gigante del saque estruendoso y del revés incontrolable recibió el sonido del agradecimiento.
Gracias por tanto tenis, le decía imaginariamente la multitud enloquecida. Gracias por tanto apoyo, le respondía él a esas tribunas que, ahora sí, pudieron verlo en vivo, pudieron disfrutarlo, pudieron comprobar que todo lo que se decía de él era cierto. Que la evolución meteórica, que el cambio de mentalidad, que la confianza ilimitada, que el desparpajo para plantársele de igual a igual a los más ilustres, que la convicción de querer más y más, que todas esas cuestiones esenciales que lo proyectaron a ganar cuatro títulos consecutivos (Kitzbühel, Stuttgart, Washington, Los Angeles) y a ubicarse en el 13° puesto del ránking, también estaban ahí, a la vista de todos, en este viernes de gozos y de alaridos. "Je, Del Potro es argentino", decía, escaleras abajo y 2-0 asegurado, el cincuentón que se iba con la camiseta celeste y blanca abultada por el orgullo renovado y por el abdomen voluminoso. "Ahora que venga Nadal", desafiaba, con la escasa voz que le quedaba y agrandado como más de uno.

Del Potro concluyó su estelar faena, que se puede sintetizar en la victoria más resonante de su carrera (por el adversario, Nikolay Davydenko, 6° del mundo; y por todo lo que significa la Copa Davis), y descargó sus emociones con medio mundo: su primer abrazo fue con Mancini, otro larguísimo con Nalbandian, y el último, interminable, con su amigo Mónaco. Pasaron más manos, más brazos, más mejillas. ¿Podía haber, pasaditas las cuatro y media, alguien más feliz que Del Potro? La respuesta es tan cantada como el canto que, formalmente, quedó institucionalizado ayer en el Parque Roca: ¡Olé, olé, olé, olé, Delpo, Delpo!

¿Presiones? De qué hablan. ¿Miedo escénico? Qué es eso. ¿La pesada mochila de jugar delante de su gente? Mejor, más aliento para uno. Del Potro pisó el polvo de ladrillo vernáculo como si fuera un veterano de la Davis. ¿Que la procesión le iba por dentro? Probablemente, aunque en ningún momento se notó que los nervios hayan sido mayores a los normales, a los de cualquiera que asume una responsabilidad como la que asumió este pibe de 19 años (cumple 20 el martes). Su tenis de elegido, de todos modos, lo ayudó para sacudirse --si lo hubiera tenido-- algún atisbo de duda inicial: literalmente, lo mató a pelotazos a Davydenko. Desde que lo quebró por primera vez, allá por el cuarto game del set inaugural, hasta que aprovechó su segundo match point cuando un revés del ruso murió en la malla. En el medio quedaron cosas maravillosas, como una serie de passing shots --con sus dosis exactas de precisión, de potencia y de oportunidad-- que dejaron desparramado una y otra vez en la red al circunspecto Davydenko.

Del Potro pasó el examen con el diez más brillante. Del Potro encontró lo que le faltaba en estos días de gloria personal: el reconocimiento unánime y multitudinario de su público. Del Potro quiere algo más que le falta y que lo desvive como desvive a cualquier argentino: la Davis. Del Potro sabe, ya de sobra, que no hay sueños imposibles.


Diario Clarin


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